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ANÁLISIS Y OPINIÓN

Pan, paz y trabajo: Un grito que estremece

Por Emmanuel Bonforti*

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Que la Argentina no pueda revertir el deterioro de su aparato productivo se explica en parte por las políticas estructurales que definieron la agenda económica de la última dictadura cívico militar. En ese sentido, Alfredo Martínez de Hoz será recordado como uno de los ministros de economía más antipopulares de todos los tiempos.  Su plan consistía en una devaluación del peso cercana al 80%, congelamiento del salario y reducción de las retenciones.  La imagen de la torta repartida en fracciones iguales entre capital y trabajo quedaría alejada definitivamente del ideario de los trabajadores.  Dentro de las consecuencias del plan figura la desocupación, fundamentalmente afectando al trabajo industrial. La dictadura tenía una alergia profunda a todo lo que proviniera del ámbito fabril y laboral.

En definitiva, el plan de Martínez de Hoz expresaba el revanchismo oligárquico y la negación del proyecto de justicia social que se abrió en 1943 y que, a pesar de las interrupciones, había logrado sostener cierta estructura hasta 1976.

Al año siguiente el pueblo argentino sufrió otro cimbronazo estructural que su impacto aún persiste.  Estamos hablando de la famosa Reforma Financiera con la que comenzaría un nuevo ciclo de acumulación y valorización financiera en el cual se priorizaba la especulación sobre la producción, se invitaba a la desinversión y se apostaba a la usura.  El sistema financiero nacional se convertía en una gran ruleta. Al aumentar la tasa de interés y al eliminar los controles financieros, el país quedaba sujeto al accionar del imperialismo financiero. Así se depositaba el dinero en Argentina con una tasa elevada.  Luego se retiraba de forma discrecional y sin control. A esto hay que agregarle el alto endeudamiento externo siendo el propio Estado Nacional su impulsor y luego promotor de la estatización de la deuda privada.

De esta manera asistimos a lo que podemos considerar un “antiproyecto” el cual presentaba una antinomia que superaba toda discusión ideológica, otorgándole centralidad a la especulación financiera y encontrando como campo antagónico al mundo del trabajo.  Si el sujeto por excelencia era el empresario o especulador que obtenía beneficios en la bicicleta financiera el no sujeto o el objeto a intervenir pasaba a ser el trabajador.

A partir de ese momento, la destrucción del trabajo y de sus instituciones pasaron a ser política de Estado. Sus efectos estructurales no lograron revertirse durante los gobiernos democráticos y dieron lugar al surgimiento de la categoría de desaparecidos sociales, es decir, a aquellos sectores expulsados del mundo del trabajo.

Golpe militar y sindicatos

La dictadura había tomado nota de otras experiencias de interrupción institucional y sabía que el golpe de 1976 tenía un claro destinatario: el Movimiento Obrero organizado y el mundo de la producción. De esta manera se intervinieron la mayoría de los sindicatos: se encarcelaron dirigentes e hicieron desaparecer a gran cantidad de delegados y obreros de base.

A pesar de la disolución de la CGT, la tradición de lucha del movimiento obrero indicaba que éste último no iba a mantenerse por mucho tiempo al margen de los reclamos en defensa del salario y de las fuentes laborales.  Conformado por Saúl Ubaldini, y por otros 25 gremios, se armó un bloque confrontativo que logró articular a partir de la reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales de 1979.  Con el tiempo Ubaldini fue detenido, logró la libertad y se perfiló como líder sindical y -quizás- como uno de los últimos grandes hombres que surgió del movimiento obrero organizado.

Luego de haber vivido años de adversidades, y como consecuencia del plan económico detallado anteriormente pero también con la experiencia acumulada de la resistencia a la dictadura, los trabajadores llegaron a la gran movilización del 30 de marzo de 1982. Nuevamente el movimiento obrero asumía con compromiso el destino de la patria productiva que se encontraba en peligro desde 1976.

Al comprender la política económica y social de la dictadura, el movimiento obrero logró ensamblar la cuestión nacional con la social convocando a la movilización bajo la consigna “La Patria convoca al Pueblo”.  La imagen de la marcha nos mostraba a un Saúl Ubaldini en primera fila haciendo gala de aquella máxima sindical, “con los dirigentes a la cabeza”.

Se respiraba el clima de huelga de masas que se sostuvo bajo la consigna “paz, pan y trabajo”.  La Plaza de Mayo era una olla a presión, años de represión en que los sectores populares no pudieron expresarse abiertamente señalaban que la jornada terminaría de manera violenta.  Tres mil detenidos, entre ellos cien dirigentes de la CGT, se sucedieron marchas y reclamos en todo el país y el lamentable fallecimiento del compañero Benedicto Ortiz, en Mendoza.

Consecuencias y enseñanzas.

La dictadura significó la cara visible del liberalismo en materia económica pero también en otros ámbitos. A la barbarie desatada en la lógica del terrorismo de Estado debe sumarse el industricidio que sufrió nuestro país: miles de desocupados y fabricas que cerraban sus persianas día a día. Es que detrás de esto se encerraba la idea de acabar con el paradigma civilizatorio del mundo del trabajo, construido a partir de 1943. Cuando impera la lógica de la especulación reina la barbarie, ya que ésta tiene como sentido desordenar a la comunidad.

Por último un párrafo especial para la figura de Saúl Ubaldini.  En este año se cumplen 40 años del regreso de la democracia. Consideramos que sin su prédica, sin acción y sin el 30 de marzo de 1982 el regreso de la democracia hubiera sido aún más compleja.

 

 

* Columnista de Mundo Gremial. Docente de la materia Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Departamento de Planificación y Políticas de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa)

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