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ANÁLISIS Y OPINIÓN

Trabajo e inclusión: Nuevos paradigmas

Por Carla Pitiot*

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Llevamos un año y medio conviviendo en una nueva cultura, generada por la pandemia, con nuevas costumbres, nuevos modos y nuevas incógnitas.

Es un mundo sumergido en una crisis diferente y el trabajo no escapa a las incertidumbres y la angustia que cada crisis provoca.

Para encarar estos tiempos tendremos que contar con las mejores herramientas, pero también tener la capacidad de interpretar en qué dirección van las tendencias mundiales. En otras palabras, el gran desafío para los países en desarrollo como Argentina, a los que esta pandemia volvió mucho más vulnerables, será identificar hacia dónde se mueve el mundo.

En aquellos países donde se logró cierto control de la pandemia, comenzaron a surgir nuevos dilemas entre los empleadores y a plantearse alternativas para los espacios tradicionales de trabajo. El sistema híbrido- remoto y en las oficinas- será muy elegido, pero ante esas situaciones continúa el riesgo que se desdibujen las fronteras entre la vida familiar y la laboral.

Por eso hay que estar alertas y activos porque las estrategias que surjan ahora no solo moldearán los esquemas de trabajo en el corto plazo, sino que definirán cómo será el escenario del mundo del trabajo a largo plazo.

En este contexto, la Argentina se debe la discusión de una normativa laboral moderna, en la cual demos el debate para generar políticas públicas inclusivas que promuevan y prioricen la incorporación de los trabajadores informales y desocupados al sector formal de la economía. Estas construcciones deben hacerse involucrando a todas las partes de las relaciones del trabajo.

Sin dudas, la capacitación y la formación son fundamentales para adaptarse a este nuevo tiempo. Y son las asociaciones sindicales las que deben acompañar ese camino en la promoción y la defensa de los derechos de los trabajadores generando nuevas oportunidades.

Por un lado deben cuidar que no se deterioren los empleos existentes y, por otro, ser creativas para que las nuevas generaciones de trabajadores se encuentren en condiciones y preparadas frente a los cambios, a las nuevas formas de trabajo y a sus nuevas regulaciones.

Y si hablamos de cambios, también nos veremos obligados a reajustar las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por la Agenda 2030 de la ONU, reafirmando el compromiso de «no dejar a nadie atrás».

Nuestro país tiene una fuerte vocación de diálogo tripartito por lo que la posibilidad de lograr un consenso entre gobierno, empleadores y representantes de trabajadores, para plantear un nuevo contrato social que genere beneficios mutuos para impulsar el desarrollo y el crecimiento con inclusión, tiene que ser el objetivo a corto plazo.

Entre otros factores, para promover el crecimiento con inclusión hay que impulsar la participación de las mujeres en el mercado laboral y su acceso a herramientas de inclusión financiera. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que si la participación de las mujeres en la vida económica fuera genuina en igualdad el PBI mundial ascendería entre un 26 y 28%, un porcentaje muy interesante como para poner manos a la obra en esa dirección.

Una vez más debemos plantearnos que el trabajo del futuro se hace con los y las trabajadoras de hoy, porque no puede hablarse de trabajo inclusivo si no hablamos de personas.

*Directora del BICE y dirigente sindical APOC

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