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ANÁLISIS Y OPINIÓN

La CGT como columna vertebral del peronismo

Por Nicolás Alberio, columnista de Mundo Gremial.

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Desde aquel histórico 17 de octubre de 1945, el movimiento obrero organizado fue la columna vertebral del peronismo. Tras 70 años y, con mucha agua que pasó debajo del puente, la intervención del PJ Nacional por la Justicia y la designación del sindicalista Luis Barrionuevo como nuevo titular abre el interrogante sobre si este axioma sigue vigente.

Como no es novedad, el peronismo es un proceso político complejo de analizar. Sus inicios estuvieron atravesados por  las características inusuales en las que se ha constituido la Argentina.

En esta malgama, se combinó el sindicalismo anterior a 1943 (anarquistas, socialistas y sindicalistas revolucionarios), impulsado por la inmigración europea masiva, las nuevas migraciones internas del siglo XX, la sustitución de importaciones desarrollada a partir de 1930, el auge de las empresas estatales que venían desde el 20, y el “nacionalismo obrero” que venía evolucionando desde la década de 1910.

En este contexto nace el peronismo en la década del 40, y con ello, la transformación del  Partido Peronista en Partido Justicialista. El marco de situación en ocasiones no es tenido en cuenta, pero para comprender su evolución a lo largo de los años resulta imprescindible observar que a mediados del siglo XX los obreros se percibían como tal. Eran metalúrgicos, ferroviarios o la actividad que realizaban.

Desde hace 30 años a esta parte, esta situación mutó. El ciudadano de a pie `va a trabajar´ a tal lugar. Ya no ve el mundo desde el espacio laboral. Se definen como cordobeses o correntinos, como hinchas de Boca o River, católicos o ateos, pero no como obreros en primera instancia. Ante la pregunta sobre `vos qué sos´, trabajo en tal lugar responden.

De este modo, las identidades sociales cambiaron, a ello se suma la inmensa cantidad de gente que directamente no trabaja formalmente. El mundo de las changas crece y crece, la informalidad se ha convertido en un tercio de la sociedad y de ahí no se mueve.

En este escenario, a pocos puede sorprender que muchos  de los obreros calificados votaran a Macri en las últimas elecciones. Es que el peronismo se ha convertido en el partido de los pobres y ya no es quien representa a los trabajadores.

Cristina Kirchner desde su presidencia profundizó esta situación al no resolver el pago de Ganancias que debe afrontar un camionero, por ejemplo, y convirtió al peronismo como el portavoz de quienes reciben planes sociales y las clases medias juveniles urbanas, que es donde tiene más arraigado su electorado.

A lo largo de la historia el peronismo supo olfatear el aroma de época, pero desde hace años se encuentra atravesando un inocultable cuadro de anosmia, es decir, la incapacidad de oler las necesidades de la gente.

Entonces, ¿el peronismo está muerto? ¿Llegó a su fin? Los hechos mostrarán la verdad, pero se podría apostar sin miedo a perder que la respuesta es un no rotundo.

Lo que sí necesita para volver a constituirse como alternativa de poder, es encontrar un nuevo discurso y para ello le resulta imprescindible un nuevo líder, sea mujer u hombre. Alguien que marque el rumbo y que le diga a las bases por dónde marcha la cosa.

Mientras tanto, Luis Barrionuevo cambió la cerradura de la sede de la calle Matheu y Gioja y Scioli junto La Cámpora  resisten la intervención de la Justicia.

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