Hace algunos años escuché a un futbolista que expresaba su desacuerdo con las “calificaciones” que los periodistas deportivos ponían a los jugadores. Su argumento era contundente: “No pueden juzgarme porque nadie sabe lo que me pidió el técnico”.
Siguiendo el razonamiento de aquel deportista, al que considero de sentido común en estado puro, para calificar al gobierno de Mauricio Macri tendríamos que, primero, tener en claro con qué objetivos llegó a la Casa Rosada.
Dejando de lado las promesas de campaña, donde el ahora presidente mintió de una forma descarada y sin precedentes en la historia argentina (nos hemos convertido en un pueblo que tolera la mentira, tema que merece una autocrítica colectiva), podemos analizar, sin ser genios de la política, cuál era el verdadero plan que el ingeniero y “el mejor equipo de los últimos 50 años” trajeron bajo la manga.
Los liberales argentinos son de manual. Apertura, desregulación, flexibilidad, ajuste, alineamiento absoluto con la Reserva Federal de los Estados Unidos, y deuda externa con timba financiera como eje vertebrador de toda nuestra existencia. Lo hizo Martínez de Hoz, lo hizo Cavallo, y realmente es muy difícil entender que exista gente sorprendida por lo que está sucediendo.
Las prácticas antes mencionadas suelen traer siempre las mismas consecuencias. Más riqueza para la casta de entregadores que maneja los hilos del poder desde el origen de nuestra historia, y más miseria para el pueblo. Los primeros con el continuo anhelo de consolidar a la Argentina como una colonia/factoría atendida por sus propios dueños; los segundos permanentemente dando la pelea por una Patria justa, libre y soberana.
Errar el diagnóstico no es un buen punto de partida. Si la llegada de “Cambiemos” al poder hubiese tenido por objetivos la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación, podríamos hablar de fracaso. Pero como decía el General “no nos vamos a tirar la suerte entre gitanos”.
La única realidad es que llegaron a Balcarce 50 con la misión de hacer negocios para ellos y sus jefes globales. La fuga y el blanqueo de capitales, la especulación financiera, los tarifazos, el mega endeudamiento externo, la vuelta al FMI, y la flexibilidad laboral (de hecho), son claramente el éxito en su máxima expresión para sus ejecutores. Lamentablemente el fracaso queda como patrimonio de la gran masa del pueblo, esa que aspira a vivir con dignidad y, de mínima, a comer todos los días.
La contundencia del paro general del 25 de septiembre, nos da la pauta del descontento generalizado que existe entre los trabajadores. Canalizar esa bronca para convertirla en una fuerza revolucionaria (a mí no me jodan con esa patraña del peronismo republicano) que luche por la justicia social, es el indelegable desafío de la dirigencia sindical peronista.