¿Por qué una persona, en cualquier lugar de trabajo, en el ámbito público o en el privado, decide unirse a un sindicato y representar a sus compañeros de trabajo? ¿No sería más fácil renunciar? Si no te gusta, te vas. Entonces uno se va y la obra vuelve a empezar. Viejas escenas, nuevos actores.
La comedia se repite tantas veces como uno lo permita. Pero, ¿qué pasa cuando alguien decide desobedecer el guion?
Es allí donde NACE el o la delegada.
Un representante gremial es alguien como cualquiera de nosotros, víctima de las mismas injusticias, que un día decidió probar una alternativa diferente e hizo algo al respecto.
La injusticia en cualquier parte, es una amenaza para la justicia en todas partes (Martin Luther King). Este es el entendimiento que la delegada o el delegado posee una vez que trascendió los problemas, los atravesó y salió de ellos renovado y fortalecido. Pero después, la realidad de las cosas vuelve a acechar y el delegado tiene que sortear, tanto la hostilidad de los jefes como la indiferencia y la desconfianza de sus propios compañeros de trabajo. Y duele. Es un momento de inflexión donde muchas experiencias quedan truncas.
¿Cómo sortear estos obstáculos de los que los manuales de delegados no hablan?
En este nuevo siglo que viaja a mil kilómetros por hora hacia un futuro que llegó hace rato, las personas y sus habilidades, determinarán las posibilidades de que las organizaciones se hagan más dinámicas para integrar los cambios sociales o se resignen a correr detrás de ellos. En todo caso, la sociedad avanza y arrasa con los mecanismos tradicionales de representación: los sindicatos, los partidos políticos y el Estado.
El escenario actual requiere la construcción de un nuevo paradigma donde las organizaciones se fortalezcan a través de las personas y sus liderazgos. Nuevas prácticas, realizadas de manera consciente, pueden ayudar con esta misión.
Empezando por entender que liderar es predicar con el ejemplo, aunque la frase sea del siglo pasado. La retomamos para definir un liderazgo sindical efectivo. Si decimos que el o la representante gremial es quien mostrará el camino a los demás, ayudarlo a vivir una vida coherente entre lo que piensa, siente y hace, debería ser una preocupación fundamental de las organizaciones sindicales.
Otra de las prácticas que pueden ayudar es escuchar más que hablar. Personalmente, he visto en cada asamblea, reunión o plenario, desaprovechar esta valiosísima oportunidad de nutrir a la organización, conociendo en profundidad las aspiraciones de cada una y cada uno de sus integrantes. En cambio, siguen reproduciendo viejas prácticas en el acercamiento “uno a uno”, utilizándolo para “bajar línea” acerca de lo que piensan ellos o los dirigentes de su organización, en lugar de escuchar, indagar y registrar todo lo que se discute para luego, poder hablar a cada público en su propio idioma ¿Acaso no es esta la promesa sobre la que se construye la fama del tan de moda “big data”?
Si por el contrario, estas oportunidades fueran aprovechadas trabajando en una escucha activa de las bases, al momento en que la o el representante sindical decida ir por más y desafiar a los trabajadores a realizar alguna acción (marchar, concurrir a una asamblea, hacer huelga), el terreno se encontraría lo suficientemente fértil como para que aflore en cada uno, en cada una, el sentimiento de que actuar es lo que hay que hacer, independientemente del resultado, porque habremos creado un significado personal e intransferible para esa acción. Entonces, si el sentido de la acción es individual, aunque el objetivo sea colectivo, la manera personal en la que cada uno decida llevar adelante esa acción debe ser elegida libremente.
Las personas tienen que poder sentir que su participación, sea pequeña o grande, es elegida. Y la organización tendrá la responsabilidad de registrar todos los niveles de participación para reconocer siempre a quienes decidan implicarse, del primero al último, a fin de hacerlos sentir parte y de esta manera, afianzar la relación de confianza que construye la legitimidad de las organizaciones y de sus autoridades.
En un país donde 8 de cada 10 argentinos cree que los sindicalistas son corruptos, recuperar la confianza parece prioritario aunque inalcanzable. Pero todo es imposible hasta que se hace. El camino está ahí, sólo hay que iluminarlo.