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ANÁLISIS Y OPINIÓN

Reforma laboral para todos o derechos laborales para pocos

Por Raúl Ferrara, abogado laboralista y columnista de Mundo Gremial

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El futuro del trabajo y la eventual reforma laboral ocupan día a día una mayor centralidad en la agenda mediática y política de nuestro país. No es casualidad: tras casi cuatro años de gestión de Cambiemos, de acuerdo con el estudio del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), el 75% de los argentinos y argentinas tiene temor a la pérdida de empleo en su núcleo familiar.

Tampoco es casual que este “nuevo” temor social o agenda social prioritaria, en medio de un año electoral, sea acompañada de ¿serios? informes ¿periodísticos? en prime time televisivo que solapadamente destacan las bondades de las reformas de la legislación laboral que hizo Brasil ni que simultáneamente se estrene una serie de ficción que estigmatiza la figura del sindicalista argentino.

Testimonios prolija y estratégicamente seleccionados que siempre destacan el buen clima de negocios que genera la nueva legislación brasilera y los increíbles números de reducción de litigiosidad laboral como consecuencia de eliminar la gratuidad de acceso a la justicia para el trabajador que parecen confirmar el inexorable rumbo reformista que nos espera, pero también, una omisión inexplicable de lo verdaderamente importante:

¿Mejoró el empleo en Brasil? No, el nivel de empleo es similar al existente al momento de su implementación en julio 2017 cercano al 13% y casi el doble del existente en julio de 2015.

¿Mejoró el salario en Brasil? No, por el contrario, en 2018 registró un caída en términos reales de 12,09%

Curiosamente (o no), el Índice Global de los Derechos de la Confederación Sindical Internacional (CSI) sobre “Los Peores Países del Mundo para los Trabajadores” , colocan este año a Brasil en el tercer lugar del ranking solo superado por Argelia y Bangladesh.

En ese mismo índice, Argentina ya había descendido en 2017 a la Categoría 4: Violaciones Sistemáticas de los Derechos, “principalmente debido a un aumento de incidentes de violenta represión por parte de las fuerzas de seguridad” , en la que aún se mantiene… ¿Todo tiene que ver con todo… no?

Desde el inicio de la gestión del Cambiemos quedó clara la mirada deshumanizante sobre el trabajo al que ubica como la variable de ajuste del mercado. Para el gobierno el trabajo no es la actividad por el cual el hombre se desarrolla, crece, procura su sustento y pone en marcha la movilidad social ascendente sino una mercancía.

Esa mirada, acompañada por una abultada agenda mediática, es la que explica la necesidad de avanzar sobre los derechos de los trabajadores procurando reformas legislativas que acompañen la reforma laboral de hecho que implementó al perseguir y estigmatizar a los actores del mundo del trabajo (dirigentes sindicales, abogados laboralistas y jueces del trabajo), destruir el salario y condicionar la herramienta más democrática para evitarlo que es la negociación colectiva.

Los resultados están a la vista: 4.500.000 trabajadores con problemas de empleo, dos dígitos de desempleo, 1 de cada 5 jóvenes desocupados, la mitad de los pibes en situación de pobreza y la mitad del empleo privado en situación informal… ningún indicador social muestra resultados positivos.

Esa alarmante coyuntura local se ve además atravesada por el gran desafío mundial que nos plantea el futuro del trabajo. El avance de la informatización, robotización, inteligencia artificial y la economía de plataformas en la cuarta revolución industrial obliga a los actores sociales a buscar formas de enfrentar este desafío del siglo XXI sin caer en el facilismo que plantean los gobiernos neoliberales de retroceder al siglo XIX.

No es casual que las propuestas del gobierno para enfrentar problemas reales sea con herramientas que ya fracasaron: blanqueos laborales que paga el propio trabajador con pérdida de derechos, la flexibilización de la jornada de trabajo, del descanso, la limitación o eliminación lisa y llana de la protección contra el despido arbitrario, la eliminación del salario mínimo y todas las grandes conquistas derivadas de las luchas del movimiento obrero organizado durante el siglo XX.

El gobierno entendió que la mejor forma de que nuestra sociedad sea permeable a aceptar esas herramientas es la deslegitimación de los interlocutores de los trabajadores a partir de la construcción y generalización del estereotipo del sindicalista argentino y, en contraposición, el enaltecimiento a nivel sanmartiniano del estereotipo de empresario emprendedor y multimillonario que quiere invertir en el país y no puede hacerlo por la mafia sindical y la legislación del trabajo.

A fuerza de estereotipos la grieta es también funcional a la reforma laboral.

Lo que es cierto y que no conoce de estereotipos, grietas, periodistas militantes ni ficciones a medida es que la cuarta revolución industrial viene de la mano de acelerados cambios en los procesos productivos. Pero, aun así, me resisto a pensar que la innovación mejore la calidad de la vida de las personas si al mismo tiempo deja en el camino a millones de trabajadores.

No tengo dudas que, tal como se concluyó en la Semana Social de la Conferencia Episcopal Argentina “son los trabajadores quienes crean la riqueza y no la riqueza quien crea trabajadores” y ante ello “en el desafío laboral y social de la tecno-economía el nuevo paradigma debe servir a la promoción humana y la dignidad del trabajo antes que a la reproducción de nuevas formas de descarte de los trabajadores”.

Los nuevos procesos y tecnologías deben contar con un adecuado marco legal pero el parámetro para su implementación siempre debe ser el resguardo de los derechos de los trabajadores evitando que bajo el pretexto de la innovación se esconda la precarización laboral.

La verdadera agenda del futuro del trabajo necesita un abordaje integral, con programas macro económicos que la hagan viable, programas educativos que tengan la capacidad de pensar los trabajos que aún no existen y programas sociales y laborales que acompañen las transiciones con el ser humano y no el mercado en el centro de las políticas públicas.

El gobierno eligió el camino contrario y será en las urnas en las que se defina la cuestión.

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