Mujeres en los sindicatos: Unir, sumar, potenciar

Desde los primeros impactos de la pandemia entendimos que uno de los desafíos fundamentales iba a ser repensar y reconfigurar el modelo de nuestras organizaciones. En ese sentido, sindicalismo y movimiento de mujeres es una unión potente y positiva que tiene mucho para aportar a la renovación del modelo sindical. De hecho, en estos últimos tiempos se ha visibilizado con justicia la participación y militancia sindical de las mujeres, pero la deuda pendiente es trasladar esa participación a cargos de decisión, de poder.

Según la investigación Sexo y Poder: ¿Quién manda en Argentina? realizada por la organización ELA, de cada diez puestos de decisión en nuestro país, solo dos están ocupados por mujeres. Se trata de un segundo estudio, realizado a 10 años del primero, con el fin de analizar quiénes ocupan los puestos de mayor jerarquía en once áreas claves. En términos generales en estos últimos diez años aumentó -aunque sigue siendo muy poco- el acceso de las mujeres a los puestos de decisión, pero el sindicalismo es una de las excepciones: prácticamente no hay secretarias generales, el puesto jerárquico más alto en las estructuras sindicales. El porcentaje de representación en esos puestos es tan solo de un 3,2%.

La ley de cupo sindical sancionada en 2002 fue una acción positiva que significó un paso importante, pero como ha ocurrido con otras acciones de este tipo se convierten en piso y en techo. Son medidas de acción afirmativa que sirven como punto de partida para promover un cambio cultural pero no deben agotarse allí. Hoy requieren de otras iniciativas que amplíen las posibilidades de participación en igualdad de condiciones entre varones y mujeres para el acceso a cargos de decisión en los
sindicatos.

En cada etapa del sindicalismo argentino hubo ausencia de mujeres en los lugares de conducción, incluso en ámbitos donde la mayoría de sus integrantes son mujeres. Pero es momento de revertir esa situación. Este es un tiempo de cambios y tenemos dos desafíos. Por un lado, promover la participación activa de las mujeres en nuestros gremios y sobre todo impulsarlas en los puestos de decisión. Y, por otro, lograr la incidencia de nuestra acción sindical en las políticas públicas.

En estos momentos en que nos estamos replanteando y repensando tantos espacios, desde el sindicalismo también debemos trabajar para alcanzar un modelo que responda a la nueva concepción del mundo del trabajo. El contexto Covid-19 aceleró procesos y debates que se venían postergando y que rompe con muchos de los paradigmas tradicionales; por eso las organizaciones sindicales deben acompañar a las y los trabajadores en el proceso de adaptación al nuevo escenario laboral.

Y en un tiempo marcado por la incertidumbre y que a la vez exige una renovación, el sindicalismo deberá estar listo para desarrollar ideas innovadoras, capaces de construir espacios de encuentro, de diálogo compartido cercanos a pesar del aislamiento y sobre todo poniéndonos a prueba en nuestra creatividad dirigencial con visión colectiva, social y solidaria.

En definitiva, estamos frente a la necesidad de implementar nuevas formas de “gremialidad”, en composición, formato y contenido porque el movimiento sindical debe ser parte de la toma de decisiones y del gran contrato social que necesitamos para la reconstrucción de nuestro país. Un contrato social en el que la articulación de lo público-privado esté firme y sea la base para generar beneficios mutuos que generen desarrollo y crecimiento con inclusión; que contemplen la protección de los puestos de trabajo, pero también impulsen la creación de nuevos empleos y- a esta altura- ya sabemos que nada de eso es posible sin la participación de las mujeres.