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ANÁLISIS Y OPINIÓN

La vuelta de la CTA a la CGT: entre la mística y la alquimia

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Son más los problemas a enumerar que los puntos de convergencia: las diferencias políticas en la concepción de hacer sindicalismo son abismales entre la actual conducción de la CTA y la CGT. Por ejemplo, la CTA no duda en llevar adelante paros que se mastican sin muchas vueltas; casi podríamos decir que es la medida automática y resolutiva que adoptan sus dirigentes al tener un conflicto. Principalmente porque las CTA les paran al Estado al que es más sencillo combatir con medidas de fuerza. ¿Cuántas cabezas, en cantidad pero no en efectividad, le sacan los “paros generales” de la CTA a los de la CGT? Muchas.

Hagamos un ejercicio: ¿Qué pasaría si los gremios del transporte, alineados en la CGT, pedirían pasarse a la CTA? Las CTA les pondría alfombra roja. ¿De quién serían los paros exitosos y por lo tanto en manos de quién estaría la representación formal de los trabajadores a la hora de negociar con el gobierno de turno? Mientras eso no pase muchachos, el pie es la CGT. Con un agravante: los que tienen la llave para abrir la puerta de Azopardo son, hoy por hoy, los mismos dirigentes que la tenían cuando la CTA se alejó de la Central allá por 1991. Es más: los dirigentes cegetistas que se sumaron a la mesa chica de la Central son del sector, ¡ohh casualidad…! del Transporte.

No hace falta remontarse a 30 años: Juan Carlos Schmid, ex triunviro cegetista, sigue promoviendo a los movimientos sociales como parte relevante en el tejido obrero porque son los que reciben a los caídos del sistema formal que a esta altura son muchos. Los quiso adentro de la CGT con poder de decisión. Por más que lo intentó junto a Juan Grabois que viene con bendición papal incluida no lograron franquear la barrera del sindicalismo ortodoxo. Y eso que por el Vaticano desfilan muchos sindicalistas que escuchan (?) al Papa Francisco.

El problema es la política y por lo tanto de poder. En definitiva y en criollo es preguntarse ¿quién tiene la manija? y el mundo sindical lejos está de ser un Soviet, o una cooperativa en términos vernáculos.

Entrevistado por Mundo Gremial, Roberto Baradel apuntó al bronce: que la unidad obrera permitirá ponerle freno a la ola que generaron poderes reales en el gobierno macrista de seguir avanzando sobre los trabajadores en un futuro gobierno de los Fernández. “La propuesta es interesante” apuntó un dirigente importante de la CGT a este medio que no está en el Consejo Directivo pero tampoco en el moyanismo ni en la Corriente Federal de Sergio Palazzo; ambos sectores claros gestores de la vuelta de la CTA.

Pero para lograr ese golpe de timón en la conducción hay que modificar, por ejemplo, cómo se eligen las autoridades de la CGT. Hoy es por congresales que están atados a la voluntad de su gremio y no por voto directo de cada uno de los trabajadores. Si pasara esto, como mínimo hablamos de un final abierto. En Azopardo por ahora nadie habla de cambiar esto. Entonces final cantado. Recordemos que en agosto del año próximo vencen los mandatos del actual binomio conductor, Héctor Daer y Carlos Acuña.

En esos términos saben del lado ceteista, pero también en el búnker de México que están frente a un proceso de maceración y no bajan las expectativas de lograrlo.

Un detalle: presos de la negación de la realidad, cada vez que alguna facción del movimiento obrero realiza una manifestación en contra del gobierno de turno, los participantes terminan cantando “unidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode, se jode, se jode”. Justamente a los que no les gusta la unidad es al movimiento obrero.

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