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ANÁLISIS Y OPINIÓN

El regreso de Perón y la construcción de identidad del movimiento obrero

Por Emmanuel Bonforti * – Los 18 años de proscripción como avance contra el movimiento obrero

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El 17 de noviembre en el almanaque justicialista implica el regreso de Juan Domingo Perón luego de dieciocho años de exilio, la fecha también es conocida como el Día de la Militancia, en homenaje a ese héroe colectivo que construyó el regreso de conductor. La literatura política de finales de los noventa identifica este proceso como el resultado del esfuerzo de una juventud maravillosa, construyendo así un idealismo en clave generacional. Sin desmerecer el aporte de miles de jóvenes que se acercaron a la política durante esos años y abogaron por una Argentina más justa, el presente trabajo intenta describir brevemente algunos puntos de la actividad del movimiento obrero durante esos dieciocho años y también analizar la llegada de Juan Domingo Perón desde la óptica de los sectores trabajadores.

El regreso de Perón es la foto de un largo proceso que comenzó para el Movimiento Obrero organizado con el golpe institucional de 1955. Durante los meses siguientes a la agitación reaccionaria a través de los Comandos Civiles y organizaciones terroristas de la vieja Argentina, los sectores trabajadores se encontraban desorientados y recibiendo intervenciones y acusaciones por parte de la prensa venal. Sin embargo, a partir de la organización espontánea, se comenzó a reorganizar aquel subsuelo de la patria sublevada. 1956 no iba a comenzar distinto: ante la avanzada de la reacción, la Resistencia comenzó a mostrar sus primeras acciones. El 22 de febrero estalla un polvorín de una fábrica militar en la estación ferroviaria de Migueletes, el hecho implicó el aumento de las persecuciones por parte de la dictadura al pueblo trabajador. En Córdoba y Mendoza, el gobierno ilegítimo sale a la caza de obreros. De acuerdo con el trabajo de Claudio Díaz, en esos años, existía alrededor de doscientos comandos obreros que contenían alrededor de diez mil trabajadores comprometidos con la Resistencia. Esto indica que una de las características de esta primera parte de la Resistencia es el Movimiento Obrero como punta de lanza bajo una metodología que implica el sabotaje, intervenciones callejeras, panfletos, hasta llegar a la colocación de explosivos. En definitiva, no había acciones orientadas a la violencia física de personas.

En su intento por domesticar a los sectores trabajadores, la llamada Revolución Libertadora promulgó el famoso Decreto 4161 el cual prohibía la utilización de imágenes, signos, y cualquier tipo de expresión vinculada al peronismo, como por ejemplo la difusión de la Marcha Peronista. Este experimento por parte de la reacción no era más que la aplicación de una de las técnicas que utilizó el liberalismo en otros períodos históricos, promover un plan de tabla raza con el pasado. Ese mismo año, en un profundo clima represivo, se dan los sucesos de José León Suarez, que para una parte de la historiografía significó solo el levantamiento de militares leales a Perón, pero, detrás de este levantamiento, el movimiento obrero también ponía sus mártires.

En materia económica, la Revolución Fusiladora sancionaba como política oficial el famoso Plan Prebisch, que implicó la desnacionalización de los depósitos bancarios, la intervención extranjera en nuestro Banco Central, la llegada del FMI y la lógica de los acuerdos multilaterales de comercio.

A este clima se le sumaban los avances específicos en la dimensión institucional por parte de la reacción. Con esto queremos decir, los dieciocho años de exilio de Perón también significaron dieciocho años de intentos por disciplinar al Movimiento Obrero organizado. Es decir, los gobiernos militares y semidemocráticos de este período consideraban a la organización del trabajo, que se desarrolló orgánicamente a partir de 1946, como un conglomerado enemigo y como uno de los grandes legados de Perón que se debía derribar.

Por tal motivo, avanzaron en la creación de un entramado legal que apuntaba a desarticular la organización y la solidaridad de clase. Así, las cuotas sociales de los sindicatos fueron declaradas voluntarias en abril de 1956, a un mes del Decreto 4161. En esa línea, se prohibía a los sindicatos cualquier tipo de actividad política y se avanzaba en favorecer la creación de sindicatos paralelos, un intento de constitución de sindicatos amarillos. Posteriormente, durante el gobierno semidemocrático de Arturo Frondizi, se promulgó la Ley 14455 que determinaba la duración de los mandatos sindicales en dos años. Asistimos a una tentativa por marcar la cancha al movimiento obrero e intervenir en la dinámica interna del sindicalismo.

El gobierno radical comenzaba a mostrar esa faceta antiobrera que el viejo partido de Alem tuvo en todos sus gobiernos a partir de 1955. En esa tradición antiobrera del radicalismo, se manifestó también el gobierno semidemocrático de Arturo Illia, quien reglamentó el Decreto de Ley 14455, que va en la línea de «la democratización» de los sindicatos. Era una forma de incentivación por apolitizar al sindicalismo, significaba también el estrangulamiento financiero gremial y la ruptura de la unidad gremial. Quien redactó dicho decreto fue Germán López, Subsecretario de Trabajo de Illia, y quien fuera posteriormente Ministro de Defensa de Raúl Alfonsín, reemplazando a Roque Carranza quien fuera a su vez protagonista de la colocación de bombas en la línea A de subterráneos cuando se desarrollaba un acto de CGT en 1953.

A la legislación antiobrera se le sumarán los propósitos del régimen por fundamentar la represión, en ese marco se desarrolló el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado). Ante la organización del Movimiento Obrero, se desplegó un aparato represivo novedoso en un gobierno semidemocrático como el de Arturo Frondizi. Esta política represiva servirá como punto de partida y luego perfeccionada por los gobiernos militares. Durante el interregno de otro radical, José María Guido, ocurría uno de los grandes hitos que marcaron al Movimiento Obrero durante la Resistencia, estamos hablando de la desaparición del obrero Felipe Vallese. Quedará grabada en el recuerdo la frase «un grito que estremece, Vallese no aparece».

Consecuencias de la resistencia y construcción identitaria del Movimiento Obrero

La primera Resistencia Peronista tiene su impronta en el aporte del Movimiento Obrero organizado, en relación con éste, alguna vez historiadores liberales dijeron que esa clase llegaba desprovista de conciencia al peronismo y eso posibilitó su rápida captación. En realidad, la clase obrera mestiza que acompañó y estructuró el proyecto de país de la Nueva Argentina durante la Resistencia fue templando su identidad y, en paralelo, reafirmando su lealtad política. Así, a medida que la reacción aprieta, genera el efecto adverso: la identidad peronista del movimiento obrero se fortalece y enriquece. A la cárcel, la persecución y los asesinatos le siguen la revalidación de su filiación política, que, en realidad, se inscribe en una tradición popular que excede al peronismo que es la larga lucha de las masas en nuestro proceso de independencia definitiva.

La vieja Argentina semicolonial que se resistía a morir y a la que el peronismo no había ejecutado el tiro de gracia, volvía a escena en 1955 y con ella, los viejos partidos del contubernio donde se expresaba el rechazo a la política criolla y como parte de ésta caracterizaban al Movimiento Obrero. Las viejas fuerzas vivas utilizarán estos dieciocho años de proscripción como un intento por imprimirle al movimiento obrero sus deseos y proyecciones basados en ideologías importadas carentes de realidad y experiencia concreta. A pesar de esto, hay un hecho de avance por parte del Movimiento Obrero durante este período poco trabajado que es el triunfo en las elecciones de 1962 del dirigente sindical textil Andrés Framini, quien logra ganar legalmente las elecciones para gobernador de la Provincia de Buenos Aires. La anulación de este proceso electoral será uno de los grandes bochornos legales de estos dieciocho años de proscripción.

Nuestro pueblo posee una tradición de lucha, que tiene su origen en las invasiones inglesas, que continúa en las guerras por la Independencia, en la resistencia del interior contra Rivadavia, en la expulsión de ingleses y franceses en la Vuelta de Obligado o en la intransigencia mestiza contra la avanzada liberal de Mitre. En esa línea histórica es que debe estudiarse la Resistencia del Movimiento Obrero a partir de 1955. Es el resurgimiento del nacionalismo criollo en su máxima expresión, y ante la obstinación de la tradición liberal expresada por militares antinacionales y el radicalismo, se reeditaba la experiencia de lucha y resistencia criolla y se reforzaba el vínculo con el conductor depuesto.

Es por esa tradición de lucha que se explica el regreso de Perón, quien a días de su regreso del exilio expresaba que había llegado el momento de la Hora de los Pueblos. La Confederación General del Trabajo declarará el 17 de noviembre paro general llamándolo Día de Júbilo Nacional, ante la gran expectativa de un país convulsionado la CGT dirá: «seamos nosotros los peronistas, los que sepamos dar el mejor ejemplo de cordura». En el avión que traía de regreso a Perón viajaban treinta y tres figuras públicas, deportistas, actores, políticos, sindicalistas, periodistas, y de esta manera, llegaba al país, como dice Norberto Galasso, el hombre más querido y más odiado de las últimas tres décadas y va a su última batalla. Por su cabeza pasarían los rostros del 17 de octubre, algún cabecita negra que pudo comprar su terreno, algún viejo obrero que cobró su primer aguinaldo gracias a él, algún santiagueño que conoció Mar del Plata durante su presidencia, historias mínimas y populares, de esas que construyen identidad y que ningún proyecto liberal podrá borrar.

Su regreso no entraba en un solo día, en una sola vida, como dice Hugo Presman. Junto a los que iban a recibir a Perón, se encontraban todos aquellos que habían dado la vida de forma anónima por Perón durante esos dieciocho años, quienes sufrieron la tortura, aquellos que practicaron la acción directa y también quienes armaron su primer «caño», lo mismo que pintaron su primera pared de forma sigilosa y terminaron con las manos llenas de carbón, en definitiva, el Movimiento Obrero. Y todo se sintetizaba en la parábola del gran paraguas de Rucci esperando a Perón, casi de punta pie para protegerlo de la lluvia: es la imagen de la devoción ante la llegada del hombre que había cambiado para siempre las condiciones de los trabajadores.

* Columnista de Mundo Gremial. Docente de la materia Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Departamento de Planificación y Políticas de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa)

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