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ANÁLISIS Y OPINIÓN

El movimiento obrero frente al golpe del ’55: El origen de la resistencia

Por Lic. Emmanuel Bonforti – Columnista de Mundo Gremial

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Yo sé que ahora vendrán caras extrañas.”

«Solo podíamos dedicarnos a salvar lo que se podía, principalmente a los hombres. Los sindicatos amarillos, junto a comandos civiles e infantes de marina, llevaban a cabo una ofensiva total: asaltos a sindicatos, persecuciones y encarcelamientos (…) Nosotros luchábamos para sacar a nuestros compañeros de la cárcel, pero sacábamos a uno y nos metían a diez»

Andrés Framini

Nuestro desarrollo histórico puede analizarse como una alternancia entre oleadas regresivas y progresivas. Desde la perspectiva del movimiento obrero, el golpe de Estado de septiembre de 1955 es una clara expresión de la contrarrevolución en Argentina que los obreros deberán resistir. El objetivo de este artículo es describir algunas estrategias adoptadas por los sectores trabajadores en los primeros meses de la autodenominada «Revolución Libertadora».

El golpe del 16 de septiembre implicó la irrupción de una parte de las Fuerzas Armadas, especialmente la Marina, de sectores políticos, radicales, socialistas, conservadores y grupos de la iglesia. Un frente variopinto cuyo objetivo principal era sacar a Perón de la presidencia, y como propósitos secundarios: reorientar el perfil económico favoreciendo a los sectores del agro, recortar el proceso identitario de la CGT y avanzar sobre su organización.

Si bien Eduardo Lonardi duró menos de dos meses en el poder, inició una fuerte campaña de desprestigio contra la figura de Perón, así, se creaba la Comisión Nacional de Investigaciones cuyo objeto era indagar sobre las «irregularidades» del gobierno peronista, un tiro por elevación al movimiento obrero, impulsado por la prensa cómplice cuyas relatos rayaban lo ridículo, según estos «Argentina estaba quebrada por el dinero que se llevó el tirano prófugo». Contrariamente, el sentir popular respondería en los partidos de fútbol «ladrón o no ladrón queremos a Perón».

Raúl Presbich fue el hombre fuerte de la política económica del gobierno: un funcionario de la CEPAL que trazaba un plan restaurador en política económica, desregulador, de carácter antinacional que tenía como fin devolver el dominio de la economía a los sectores concentrados de la oligarquía y sus antiguos socios del capital monopolista. Raúl Scalabrini Ortiz lo describía a Presbich con la siguiente frase «el gato es mal guardián de las sardinas».

La interrupción democrática de 1955 significó algo más que un golpe de Estado; de un lado y del otro, los opuestos se vieron en un nuevo escenario. El movimiento obrero percibía que la gravedad del golpe excedía la pérdida Perón y que ponía en riesgo sus conquistas. Del otro lado, la reacción comenzó a darse cuenta que derrocar a Perón no significaba vencerlo. Al mismo tiempo, el gobierno de Lonardi que intentó gobernar bajo el eslogan «ni vencedores ni vencidos» no contemplando el odio inconducente del frente oligárquico y comenzó a sufrir el fuego «amigo».

Si la foto inicial al golpe mostraba el desconcierto del pueblo peronista, la secuencia posterior indicaba los problemas del nuevo gobierno de facto. ¿Hasta dónde llegar con el Partido Peronista? ¿Cómo quebrar lazos de solidaridad? ¿Cómo debilitar la certeza de la movilidad social ascendente? ¿Era posible volver a una Argentina pre peronista? Todas estas preguntas inevitablemente conducen a otra ¿Qué hacer con la Confederación General del Trabajo y el movimiento obrero organizado? He aquí la gran herencia y creación del peronismo: una comunidad organizada difícil de desmembrar. Podía proscribirse al peronismo, podía borrarse todas las imágenes de Perón, podían destruirse todos los altares públicos de Eva Perón. Pero ¿cómo desarticular al movimiento obrero? ¿Cómo desarmar la construcción política de una experiencia sindical única en el mundo? Perón conocía muy bien esta situación, y para octubre de 1955 escribía «no se dejen arrebatar la CGT. Es el último baluarte de nuestra revolución…» La CGT va a pasar a cumplir un doble rol defensivo: proteger las conquistas sectoriales y evitar el regreso a una economía pastoril. Esto fue posible porque entre 1945-1955 se construyó un interés sectorial con vocación de poder y con mirada nacional en materia productiva.

Estrategias y realidad sindical

Los estados Unidos, Rusia, Inglaterra reconocen a Lonardi, Villa Manuelita reconoce a Perón.

Durante el interregno de Lonardi en el poder, Hugo Di Pietro fue el Secretario General de la CGT; el movimiento obrero estaba atravesado por la sensación de incertidumbre y el eslogan «ni vencedores ni vencidos» era para algunos sectores una señal de tensa calma. Sumado a esto la designación de Luis Cerruti Costa como Ministro de Trabajo, un hombre vinculado a la UOM.

La señal de pánico se esperaba por el lado de las Fuerzas Armadas reaccionarias o por las fuerzas de seguridad, pero los primeros en sembrar el terror fueron los comandos civiles, pequeñas tropillas formadas por radicales, socialistas que habían participado de la logística del 16 de septiembre. Ahora cumplían una nueva función, sembrar el terror a locales sindicales, con la venia de sectores estatales. La CGT debía responder a sus afiliados y para octubre, se formó un triunvirato previsional conducido por un nombre fundamental para este período, Andrés Framini. Todo parecía indicar que surgía un entendimiento entre el gobierno y la CGT cuando ésta última aceptó el llamado a elecciones para regularizar su situación.

Estos sucesos alertaron a los sectores más liberales del gobierno convencidos de profundizar el anti peronismo en todos los órdenes pero especialmente en la CGT, para estos sectores no era momento de negociar y Lonardi aparecía como un conciliador. Llamar a elecciones era una muestra de debilidad, la CGT debía ser intervenida. Con la dimisión de Lonardi y la asunción de Aramburu una nueva etapa se iniciaba entre la contrarrevolución y la CGT, los sectores reaccionarios se vieron envalentonados y multiplicaron sus ataques a locales sindicales. La CGT declaraba la primera huelga general un día después de la asunción del Aramburu, comenzaba un largo camino de lucha, en ocasiones contradictoria, pero que también posibilitó la renovación de la dirigencia. Nacía así, un nuevo Movimiento Obrero.

Hasta aquí los sucesos contados desde la cúpula, sin embargo los días posteriores al 16 de septiembre tuvieron un impacto en la praxis de las bases gremiales. Así, diferentes barriadas populares atravesadas por la experiencia desarrollada en los talleres industriales comenzaron a movilizarse, ejemplos de esto fueron los episodios en Avellanera donde obreros de frigoríficos de la zona se enfrentaron con disparos a la policía.

Es necesario demostrar las contradicciones que generó en un primer momento el programa de Revolución «libertadora» incluso al interior del Ejército donde algunos sectores de la oficialidad seguían siendo peronistas. Así, en Rosario la infantería era leal a Perón y esto posibilitó también que el plan de lucha de los obreros ferroviarios sea más efectivo, declarando una huelga general a la que se sumaron los frigoríficos. La consecuencia de esto fue el estado de sitio y los abusos de las fuerzas del orden.

Este período también significó el divorcio de la base con la conducción de la CGT. Ya para octubre del 55, las acciones por fuera de la órbita de la CGT eran moneda común. En la cúpula primaba el desconcierto a la espera de algún gesto de Lonardi; en la base, se respiraba espontaneidad e intuición, pero también confusión. Al desconcierto de la conducción se le sumaba la falta de línea del conductor estratégico, la distancia, la ausencia de un interlocutor, alimentaban el espontaneísmo, propio de otros períodos del movimiento obrero.

Todo se tornaba más artesanal, había que repensar la organización, aparecían así formas embrionarias pero también salían a la luz antiguas prácticas de lucha sindical de la década del 30. Se producían huelgas sin planificación: cuando la estrategia es la espontaneidad el destino de lucha se complica. Asistimos a la emergencia de protestas de carácter defensivo que perjudicaban cualquier tipo de entendimiento y de negociación de la conducción con el gobierno de facto.

La salida de Lonardi, el fracaso de la huelga general, la asunción de Aramburu, significaron malas noticias para la CGT, y por si fuera poco, la intervención por parte de la Infantería de Marina, fuerza fundamental en las jornadas negras del 16 de septiembre.

Entre la puerta del infierno y la nueva épica

El gobierno de Pedro Aramburu e Isaac Rojas significaba el triunfo del ala más reaccionaria que apuntaría de lleno a la organización del movimiento obrero, fueron estos quienes impulsaron el Plan Presbich que implicó la desnacionalización de los depósitos bancarios, la llegada de misiones financieras de los EEUU, el ingreso al FMI y la adhesión al sistema de transacción multilateral. En el plano interno, se derogaba la Constitución Nacional de 1949 y se comenzaba a operar una serie de medidas contra la CGT, se declaraba voluntarias las cuotas sindicales, se prohibía la actividad política a los sindicatos y se impulsaba la organización de sindicatos paralelos para esmerilar el poder del sindicato mayoritario.

A partir de este momento, los registros de lo político y lo sindical se entrecruzan y las estrategias del movimiento obrero desarrolladas entre 1945-1955 ya carecían de validez para la nueva etapa. Se necesitaba la creación de nuevas estrategias que surgían inevitablemente de un nuevo mundo de trabajo. Así como la década peronista construyó un desconocido tipo de liderazgo sindical, también posibilitó la emergencia de una nueva experiencia en el taller, de realidades compartidas, de horizontes y de deseos. Una nueva generación de obreros nacía, la Nueva Argentina de 1945 brindó herramientas materiales pero también simbólicas. De esta manera, el desarrollo de una nueva conciencia para sí con impronta nacional fue fundamental para frenar la avanzada gorila y posibilitar el regreso de Perón. Pero esto será otra historia.

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